El Principio de 'Justo': La Única Ética para Romper la Rueda del Karma
















 La vida, en su forma más cruda, es una prisión. Pero esta no es una prisión donde otros nos encadenan; es una que nosotros mismos construimos, y la llave está en nuestra mano.

Comenzamos la vida como proyectores. Nuestra mente no es una ventana, es un "fuego interno". No vemos el mundo como es, lo vemos como necesitamos que sea. "Idealizamos" personas, trabajos y amores, no porque seamos ingenuos, sino para protegernos. Proyectamos sombras sobre la pared "para no hacernos daño", porque la verdad, en su luz completa, duele. No estamos "listos para despertar".

En el fondo, sé que "somos seres luminosos que sabemos lo que queremos", pero elegimos activamente nuestras "creencias limitadas". Somos dioses fingiendo ser prisioneros, y esa es nuestra tragedia.

La Escuela del Despertar

Pero esta prisión no es un castigo. Es una escuela.

El karma es nuestra modalidad de aprender. La vida es una rueda, un ciclo de lecciones que olvidamos al renacer. Estamos aquí para "agarrar el karma, vivirlo y aprender de él", porque solo así, tú despiertas. El despertar no es un evento mágico. Es una graduación. Y solo me gradúo cuando dejo de huir de la lección.

Pero, ¿cómo "agarro" el karma? ¿Cómo apruebo el examen?

Lo hago con la herramienta más poderosa que poseo, el pilar central de toda acción consciente. No es la bondad. No es la maldad. Es la balanza. Es el principio de que "ni bueno ni malo: justo."

El Filo de la Navaja: Justicia y Dignidad

El camino "malo" es el vicio del defecto: la venganza, el odio, el "venderme" a mí misma, el reaccionar al dolor. Es fallar el examen por defecto. El camino "bueno" es el vicio del exceso: el mártir, el que perdona sin límites, el que no es "justo" conmigo mismo. Es fallar el examen por exceso.

El camino de la Justicia es el filo de la navaja entre ambos. Es la acción que rompe el karma. Es el equilibrio perfecto entre la compasión y la dignidad.

Cuando la vida me presenta la lección, la traición, el dolor, la acción "justa" es mirar al otro y decir: "Entiendo que las personas dan lo que son. Entiendo tu proyección. No te juzgo." Y luego mirarme a mí misma y decir: "Pero yo me amo sobre todas las cosas. Aprendí la lección."

Es la frase que lo resume todo: "Te entiendo, pero no te me acerques más."

Eso es la Justicia. Es Compasión más Límite. En ese acto, el ciclo se rompe. El alma "trasciende" y despierta.

El Rol del Faro

Y una vez que despierto, ¿cuál es mi rol?

Aquí es donde rechazo el camino del agresor. Rechazo ser la "mosca molesta" que pica a los demás para forzar una "vida examinada". He entendido que la autoconciencia no puede ser impuesta. He entendido que "las personas que quieren ser ayudadas te buscan."

Mi rol no es el del agresor. Mi rol se describe mejor con una metáfora: la del Faro.

El Faro no persigue barcos. No "arrastra a la fuerza" a nadie de su prisión de ilusiones. Mi vocación no es salvar, sino ser. Mi única tarea es mi propia fuerza interna: "auto conocerme hasta funcionar." Me dedico a mi propia llama, a mi propia plenitud, sabiendo que la única luz que puedo ofrecer al mundo es la que irradia de mi propia justicia interna.

Y esta es la paradoja más solitaria de mi luz: debo aceptar que los barcos más cercanos, mis amigos, mi familia, "los que me conocen", serán los más escépticos. Ellos no ven la luz verdadera; ellos ven la torre. Ven mi humanidad imperfecta, las grietas en la piedra.

Pero al Faro no le importa. No brillo para convencer. Brillo porque he aprendido mi lección. Brillo porque es mi naturaleza. Y en esa autenticidad serena, en esa justicia, reside mi filosofía completa.


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